Humor político: signo de libertad en democracia

Autores

Gracia y Justicia, revista de humor político, publicada entre 1931 y 1936 durante la Segunda República Española (Fuente: http://www.wikimedia.org)

Los gobernantes deben aceptar las críticas que este género impulsa.

La tolerancia de un gobierno ante el humor político es una prueba directamente proporcional de su respeto a la democracia.

Contenido


1. Humor y políticos
En todos los países democráticos el humor político ha sido parte de la libertad de expresión, con una difusión que disposiciones e intentos de censura no pudieron impedir y mucho menos al llegar las nuevas tecnologías, con internet como un medio donde todos pueden expresarse y podrán segjuir haciéndolo mientras los gobernantes sepan que la sociedad reaccionará ante cualquier intento de censura.
En la Argentina hubo publicaciones que marcaron época: El Mosquito, primera revista de humor político en el país, que apareciera entre 1863 y 1893; Caras y Caretas, que tuvo tres etapas, la primera y más importante entre 1898 y 1941; Cascabel, que apareciera desde 1941 hasta 1947; Tía Vicenta, con una primera etapa entre 1957 y 1966, una segunda como Tío Landrú entre 1967 y 1969 y una tercera entre 1977 y 1979; Humor, publicada entre 1978 y 1999, y muchas otras, con caricaturistas y escritores que honraron su profesión.
Algunas sufrieron prohibiciones y clausura, por parte de autoridades que no cultivaban la tolerancia entre sus virtudes.
Tía Vicenta fue clausurada durante el gobierno de facto de la autodenominada Revolución Argentina por el usurpador del cargo presidencial Juan Carlos Onganía, quien asumiera después del golpe de Estado producido el 28 de junio de 1966 contra el legítimo presidente constitucional, Arturo U. Illia.
Entre otros factores, la situación económica llevó a la desaparición de revistas del género, que se volcó a caricaturas y textos en diarios y fortaleció su presencia en radio, televisión y hasta internet.
2. Ejemplos de tolerancia
El sentido del humor por parte de los gobernantes va más allá de los partidos políticos o movimientos a que pertenezcan. En la Argentina el presidente Pedro Eugenio Aramburu (1903-1970) recibía durante su administración, entre 1956 y 1958, a caricaturistas en la Casa de Gobierno (recordemos que era un gobernante de facto, durante la denominada Revolución Libertadora, que había derrocado en 1955 a Juan Domingo Perón); Alvaro Alsogaray (1903-2005), guardaba originales que pedía al dibujante Dobal, quien en la contratapa del matutino Clarín lo mostraba diciendo como ministro de Economia del presidente Arturo Frondizi (1908-1995) -cargo que ejerciera entre 1959 y 1961- que «hay que pasar el invierno».
Los ejemplos que presenta la historia son muchos más, mostrando una transversalidad que supera las ideologías y a veces sorprende, ya que no siempre la mayor aceptación de las críticas y la sátira está en quienes más proclaman el respeto a la voluntad de las grandes mayorías populares. Es importante observar esto, pues una mayoría de votos en una elección no otorga a quien la recibe una patente de impunidad para atacar a quien piensa distinto y mucho menos a los humoristas, que guste o no a algunos seguirán existiendo mientras lo haga la humanidad, como muestra la historia.
3. Humor bizarro y grotesco
Algunos funcionarios y políticos aceptan este humor y lo comprenden; otros aparentan ignorarlo aunque quizás le temen. Sin embargo, muchos entre quienes piensan de una u otra forma dejan de lado sus diferencias y en época de campaña electoral se entregan a perecederos minutos de fama por TV en los que no parece importarles ser burlados y humillados a manos de humoristas.
Esta actitud lleva a un peligroso doble discurso: durante las campañas electorales algunos candidatos recurren a la ayuda de los humoristas sin importarles el costo en cuanto al propio respeto y dignidad. Empero, una vez en el poder, se manifiestan molestos ante el humor basado en ellos, que, dicen, dificultan la comprensión de la misión que llevan adelante para con el país y la sociedad.
Así, se arrogan el rol de dueños de la verdad absoluta, que no admite críticas ni sátiras y debe ser aceptada como tal con una obediencia debida por parte de los ciudadanos que no conoce nada similar ni entre religiosos o militares.
El riesgo es entonces que se haga fuerte el discurso único, que tanto mal ha hecho a la sociedad en distintos países del mundo. La Unión Soviética y la España de Franco son, en los dos extremos ideológicos, clara prueba de esto, sin olvidar a Cuba, Corea del Norte e Irán, país este último en el cual el Código Civil está, al menos pasada la primera década del siglo XXI, supeditado a la interpretación de los ayatollahs sobre las normas del Islam.
3. Saber escuchar es parte de la democracia
Los gobernantes molestos por el humor político deberían escuchar el mensaje que transmite. La mejor respuesta a éste es aceptarlo y mejorar la gestiòn que efectúan. Ello será reconocido por la ciudadanía, que a través de chistes y sátiras, muchas veces transmitidos boca a boca, refleja una intención de cambio que requiere una respuesta concreta.
Esta actitud, unida a una coherencia de conducta antes y después de las campañas electorales, puede ser un punto de partida para un mayor acercamiento entre la política y el humor: cada una de estas artes tiene algo de la otra, y pueden complementarse para bien de ambas y de quienes deben recibir sus beneficios: los ciudadanos.
Cuando los políticos cambien en este aspecto, un aire fresco correrá por la sociedad y la democracia habrá avanzado un poco más. Alberto Auné

Deja un comentario